Apartes
del proyecto de investigación LA MÚSICA ANDINA COLOMBIANA EN LOS ALBORES DEL
SIGLO XXI de John Jairo Torres de la Pava
(Publicado
en la separata especial de los 30 años del periódico El Mundo, con el
título Un fortísimo para nuestra cultura, el 20 de abril de 2009)
Los orígenes de nuestros
aires musicales tradicionales se encuentran en el mismo crisol en el que se
fundió nuestro mestizaje. En nuestras músicas confluyen no sólo razas, también
culturas, y el resultado es una fusión continua de sonidos, ritmos, palabras y
sentimientos. Durante dos siglos pasaron de padres a hijos, trasegaron por
nuestra geografía, sufrieron deformaciones y transformaciones. No tenemos
testimonios escritos (en un lenguaje musical) ni sonoros de cómo eran esas
manifestaciones antes de las postrimerías del siglo XIX, pero lo cierto es que
unas sobrevivieron y se aferraron como árboles gigantes a su tierra, y que
otras se quedaron en el olvido de los años, enterrados por la desidia o por el
desinterés que siempre hemos demostrado por lo terrígeno.
Sin duda alguna la incursión
de los músicos académicos en los aires tradicionales y populares colombianos
nos abrió un panorama jamás imaginado y la posibilidad de contar con
testimonios escritos de las obras musicales populares recopiladas por ellos y
las creadas a partir de este momento. Varios elementos contribuyeron a que, en
relativamente poco tiempo, la música andina colombiana alcanzara, a principios
del siglo XX, un nivel de excelencia y se generara una naciente nueva cultura
musical con características muy propias: la llegada al país en el siglo XIX de
músicos europeos, el hecho de que muchos de nuestros músicos estudiaran en las
mejores academias del país y que muchos de ellos continuaran su formación
musical en el exterior.
Pero no sólo la academia
realizó el trabajo. También aportaron los músicos empíricos, unos con formación
musical autodidacta y otros totalmente “analfabetas musicales”.
Algunos de los aires
tradicionales folclóricos de las diferentes regiones del país se convirtieron
en la cédula de identidad de nuestra cultura ante el mundo. Los casos más
representativos son sin duda, y en su orden, el bambuco, la cumbia y el
vallenato. El primero a principios, el segundo a mediados y el tercero al
cerrar el siglo XX e iniciar el XXI. El comienzo de ese convulsionado siglo XX
fue testigo de una de las épocas gloriosas de nuestros aires tradicionales. Los
autores y compositores e intérpretes gozaron de gran popularidad, sus obras
fueron cantadas, tocadas y difundidas profusamente por todo el continente.
En la década del 40 se
promueve un movimiento nacionalista a partir de la música colombiana por parte
del Estado central y la clase dominante. Intento que coincidió con la expansión
capitalista impulsada por la bonanza cafetera, el tímido proceso de
modernización de algunos aspectos de la vida social y cultural del país así
como con la irrupción de la radio como medio masivo de comunicación.
Entre 1930 y 1970 ocurre el
“boom” de los duetos. Dos voces, un tiple y una guitarra o dos voces con
guitarra y requinto. Las voces eran muy recias y sonoras, manejaban una armonía
muy simple: uno hacía la primera y otro la tercera (llamada comúnmente la segunda
voz). Las casas discográficas dedicaron gran parte de sus presupuestos para
grabarlos y promoverlos en la radio. Las ventas de la música colombiana se
incrementaron y esto impulsó la aparición de nuevos compositores y de gran
cantidad de canciones en aires tradicionales, no todas bien logradas.
Por la década de los 70
ocurre un “adormecimiento” tanto en la producción como en la difusión de
nuestra música y de sus cultores, causado en gran medida por la aparición del
rock and roll y por la invasión de la cultura Norteamericana a través de todos
los medios de comunicación. Fenómenos como El Club del Clan acaparan la
atención de la radio y de la televisión.
En los años 80, con la
consolidación de los festivales y concursos, como “El Mono” Núñez y Antioquia
le Canta a Colombia, se establecen las bases de una época que albergaría a una
camada de jóvenes inquietos que gestan una nueva propuesta a partir de los
aires tradicionales andinos colombianos.
La música colombiana vivió
las más grandes transformaciones durante el siglo XX. Las influencias de los
poderosos medios de comunicación que trajeron consigo nuevos sonidos, nuevas
formas melódicas y armónicas, nuevos lenguajes y nuevas técnicas desde
distintas partes del mundo –especialmente de Norteamérica, México, Cuba y
Argentina–, son notorias. Hoy nuestros aires están impregnados de elementos
foráneos, algunos enriquecedores, otros no tanto. Las fusiones no van a parar,
las influencias seguirán con más fuerza, porque el mundo es cada vez más compacto
y más cercano. Pero nuestra música tradicional nació de las influencias que nos
trajeron los conquistadores y los esclavos, y esos conquistadores sólo han
cambiado de lugar y de nombre.
He llegado a pensar que más
que amantes de la música tradicional colombiana somos amantes de épocas de la
música colombiana. A mis padres siempre les encantó la música de los duetos del
estilo de Obdulio y Julián, Garzón y Collazos, los Hermanos Martínez, y
cualquier otra forma de interpretación de nuestros aires les parecieron raros o
deformantes de la tradición. A mis abuelos en cambió les gustaba más la música
que hacían agrupaciones como las Liras Antioqueña y Colombiana y las
Estudiantinas. A los de mi generación nos gusta más la música que nos
propusieron la Estudiantina Nogal, el Trío Nueva Colombia, el Grupo Cuatro
Palos, el Grupo Café Es3, Guafa Trío, el Grupo Camerata y el Conjunto Ebano;
algunos duetos (con voces armónicamente más elaboradas) como Nueva Gente,
Sombra y Luz, Carmen y Milva, Diana y Fabián y Primaveral; los grupos Nueva
Cultura, Puerto Candelaria y Septófono, y los solistas vocales Niyireth
Alarcón, María Isabel Saavedra, Carolina Muñoz, Juan Consuegra; por citar sólo
unos pocos.
En una época en la que los
medios de comunicación imponen músicas de otras latitudes, algunas de buena
calidad compositiva e interpretativa, un gran porcentaje cantadas en otros
idiomas, otras que hacen apología al mal gusto, al vicio y a la vulgaridad, de
pésima calidad en todos sus aspectos; sobrevive, en un grupo muy reducido de
colombianos, el amor por una música que se niega a desaparecer y que tiene su
espacio de difusión en más de cien concursos y festivales, en unos cuantos
encuentros y conciertos y en unos pocos espacios radiales y televisivos.
¿Estaremos siendo testigos
de los últimos estertores de nuestra música andina colombiana, o estaremos
asistiendo al renacimiento de un género en el que cada vez hay más jóvenes
creadores e intérpretes (especialmente venidos de la academia)
involucrados?¿Qué habrá qué hacer para que en los medios de comunicación se
escuche nuestra música, esa que sigue oculta, esa que pertenece a una cultura
local indefensa ante los embates de la globalización, de las modas pasajeras y
no tan pasajeras que imponen los medios de comunicación comerciales? ¿Será
acaso que a los colombianos no nos gusta nuestra propia música? ¿O no la
difunden porque no produce “rating” y no es “comercial”? ¿Será que sólo le
gusta a un reducido grupo, o pertenece a alguna clase social, o a un rango de
edad? ¿Estará pasada de moda, con temáticas campesinas o rurales, monótona y
solo para parroquianos? ¿La globalización ha acabado con lo nuestro? ¿Será que
la verdadera música colombiana es la que triunfa desde el jet set farandulero
de Miami, Los Ángeles y Nueva York?
Se hace urgente fortalecer
nuestra esencia a partir del conocimiento de nuestras raíces y del desarrollo y
evolución de nuestras manifestaciones musicales.
La falta de difusión de
nuestra música andina colombiana le ha negado al gran público la posibilidad de
conocer y disfrutar un género rico en armonías, melodías y textos de gran
factura, le ha negado además el disfrute de las más maravillosas voces e
interpretaciones de verdaderos virtuosos, artistas que han dedicado su vida al
perfeccionamiento de técnicas interpretativas y que superan, con creces, a
tantas “estrellas” que promueve la fuerza publicitaria y mercantilista de la
música.
Hoy, como en ninguna otra
época, hay compositores, intérpretes, discos y festivales de música andina
colombiana; pero esta carece de difusión, apoyo empresarial, apoyo estatal y
cultural decidido y de público oyente.
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