Por: Carlos León Gaviria Ríos
Del libro Colombia en
la Guerra de Corea: memorias veteranas, escrito por Carlos León Gaviria
Ríos y próximo a publicarse. Fragmentos que alumbran esas lejanas batallas
traspapeladas entre las muchas locales.
El Batallón Colombia fue
asignado, luego de su entrenamiento, al 21 Regimiento de Infantería Gimlets
(Taladros) de la 24 División Victory del VIII Ejército norteamericano. Una vez
el Batallón Colombia ocupó su lugar en el campo de batalla, la radio de
Peiping, bajo control comunista, lo saludó en español: "Bienvenida a los
soldados colombianos en su llegada a línea de fuego. Esperamos conocer el valor
de estos suramericanos". El 7 de agosto de 1951 comenzaron las pruebas de
valor. En su primera patrulla ofensiva, con la que quisieron conmemorar la batalla
del Puente de Boyacá, fueron heridos once soldados. Desde su posición el
Batallón envió patrullas de reconocimiento ofensivo, lo que le costó, el 7 de
octubre, sus primeras tres bajas: el sargento David A. Hurtado, el soldado
Oliverio Cruz y el cabo primero Helio de Jesús Ramos, autor de la letra del
himno del Batallón Colombia.
Tras su brillante desempeño
en la Operación Nómada el general norteamericano James Van Fleet dijo que el
Batallón Colombia "había sido importante factor en el triunfo"; otros
oficiales se refirieron a su actuación diciendo: "Ellos fueron los
primeros en esa acción, son muy bravos". Desde ese momento la unidad
colombiana y sus integrantes fueron conocidos con el título de Colombia
number one.
"Era muy bueno cuando a
uno le veían las distinciones y le decían Colombia number one. Al
principio era raro, pero uno se acostumbra. Imagínese que hasta las Papá Sam o
Mamá Sam (así llamaban a los ancianos coreanos) nos empezaron a decir así. Ya
nos reconocían como los mejores soldados en Corea, porque nos tocaba pelear en
unas partes muy duras y siempre salíamos bien; hasta cuando nos tocaba
retirarnos nos felicitaban por no salir huyendo, sino siempre dando la cara al
enemigo. Imagínese uno ir por la calle, de permiso, y cualquier persona de allá
nos gritaba ¡Colombia number one! Eso me hacía sentir que éramos
importantes. Antes a los turcos también los llamaban así, pero después a
nosotros", dice Jesús Enrique Zapata Restrepo, veterano de esa guerra.
Ni odio, ni pesar
Al preguntarle qué sentían por sus enemigos, el mismo veterano responde:
"No sentía ni odio, ni pesar, ni nada. Es un trabajo y lo que no hace uno
en contra del enemigo, él lo hace en contra de uno o de un compañero. Uno se
limitaba a realizar su trabajo, nada más, nada menos".
Mario Francisco Ramírez
Calle también dice que "nada. Ni por los chinos ni por los coreanos,
simplemente cumpliendo el deber de soldado. Estábamos en una guerra apoyando,
pero ni sabíamos bien el motivo, ni siquiera por qué se separaron las dos Coreas".
"Odio no. Los que
tenían odio por los norcoreanos, siendo casi hermanos, eran los surcoreanos.
Esos sí tenían por qué aborrecerlos, porque ellos dividieron el país. Creo que
en la guerra uno no siente un odio por nadie, a uno porque lo obligan a pelear,
para no dejarse matar o que maten un compañero", concluye Pablo Emilio
Chalarca Cano (qepd).
El que no se sintiera
desprecio u odio hacia los enemigos se ratifica con el buen trato que el
Batallón Colombia dio a los prisioneros que capturó.
"El primer prisionero
que hicimos casi se enferma, le dieron comida y cigarrillos y que una cosa y
que la otra; ese hombre estaba feliz. Así fue con los otros prisioneros, pero
ya más tranquila la cosa porque había pasado como la novedad", cuenta
Francisco Antonio Carvajal (qepd).
El miedo
Los veteranos José Agustín
Urrego Beltrán (qepd), Abel Camargo Infante (qepd) y Jesús Enrique Zapata
Restrepo coinciden respectivamente en que el miedo no los desamparó en Corea.
"A mí me tocaba salir
de patrulla, lejos, bajar a una hondonada y volver a salir. Y eso era peligroso
porque caía mucha artillería del enemigo. El enemigo dispara a la loca, sin ver
nada, a ver si coge gente haciendo cualquier vaina. Uno llora, yo lloré varias
veces; sentirse uno en esas condiciones, quince días sin bañarse ni cambiarse,
metido en uN hueco donde si llueve se vuelve un barrial y uno ahí como un
marrano".
"Lo más desmoralizador,
se puede decir, eran los ataques de artillería. Los hacían más bien por la
noche, pero también en el día. Recuerdo como unas tres o cuatro veces que
fueron muy fuertes, oía uno en el aire 'suschhhh' y cuando caía el proyectil
volaba la candela; uno no sabía dónde meterse. Eso era horrible, uno le tenía
miedo hasta al ruido. Si uno veía que caían cerca, decía: 'Dios mío que no, que
no'; si por el contrario estaba muy callado el asunto, eso era malo porque de
pronto significaba que ya venían a atacar. Como quien dice, uno nunca estaba
tranquilo del todo allá en la línea".
"Al principio yo sentía
un miedo tremendo, sentía que se me subían las bolas aquí. Yo me decía: 'no
vuelvo a Colombia, pero como tengo que sobrevivir me tengo que defender'. A los
meses ya lo controla uno y se acostumbra. Daban la orden de que había que ir a
un combate, y uno iba y atacaba como realizando un trabajo".
Masacre de lao y lao
En la defensa de la colina Old Baldy, en el área principal de resistencia de
las Naciones Unidas, y cerca de la capital norcoreana Pyongyang, el Batallón
Colombia enfrentó el combate más fuerte. Los 250 colombianos que la defendían
resistieron tres asonadas enemigas, y debieron abandonarla tras agotar sus
municiones y sufrir más bajas que en el resto de las operaciones en que habían
participado hasta esa fecha (95 muertos, 97 heridos, treinta prisioneros y dos
desaparecidos).
"Esos combates eran muy
fuertes. Por ejemplo, el de Old Baldy fue como una masacre de lao y lao, porque
esos chinos se le tiraban a uno en manada; uno pone el fusil y caen muchos, y
ellos siguen y siguen llegando en una gritería y con un fanatismo muy verraco.
Nosotros estamos orgullosos de la labor que cumplimos allá y del alto nombre
con que dejamos a Colombia, pero no se puede negar que el costo fue muy alto,
tanto en vidas de colombianos como chinas", recuerda el veterano
Hildebrando Vélez Velásquez.
Otro veterano, Joaquín León
Gaviria Espinosa, describe los combates "como estar en un infierno. Uno ve
a los compañeros caer heridos o volar en pedazos. Aunque uno tiene cómo defenderse
y el otro también, no deja de ser una matanza".
El testimonio completo del
veterano Ricardo Antonio Giraldo Rodas, quien combatió en el Old Baldy y allí
perdió a todos sus compañeros, nos pone en escena con mayor precisión:
"Eso fue cinco días después
del ataque al cerro 180, que ya salimos para la línea otra vez. Éramos
maliciosos y pensábamos que ahora sí nos iba a atacar esa gente, después del
ataque que les dimos en el 180. Los chinos reaccionaron y dijeron: a esta gente
hay que ponerle un tatequieto. Ya estábamos allá, en las posiciones. Como yo
era especialista en la ametralladora .30, me mandaron a la posición adelantada.
Presentí algo, me fui al dormitorio, al búnker, y saqué lo que eran fotos y le
prendí una lamparita a una imagen que tenía de la Virgen del Carmen. Cuando
volví, el cabo González me preguntó adónde había ido y le contesté que a
prenderle una velita a la virgen. Me dijo que había hecho muy bien, porque él
presentía que se venía algo grande. Estábamos en esas cuando… Eso era como
cuando descargan una volquetada de piedra, así cayeron las explosiones encima.
A mí me corrió una cosa por todo el cuerpo, me cuadré en la ametralladora y le
apreté el gatillo a eso. Ya se oscureció y el otro cabo me dijo: 'esto se
trabó'. Yo le dije 'véngase para acá', y cómo le parece que me quito yo, se
para él en donde yo estaba y ahí mismo cae la granada. Sentí que cayó, no dijo
nada, no dijo ¡ay! siquiera. Yo sí sentí como cuando sale una fuente de agua,
era la sangre de él; mataron al compañero. Me paré en esa ametralladora, le
corrí el mecanismo y funcionó. Le dije a otro soldado: 'agarre esa
ametralladora ahí'. Él se paró y empezó a disparar, al rato ya no escuché más,
lo mataron también. Esto ya se puso muy serio, pensé yo, ya sin quién me amunicione
ni nada. Los pensamientos son rápidos, es un instinto bravo, fuerte. Entonces
se vino un tierrero encima y me corrí para el lado y me enredé. Tuvo que ser
con el otro soldado que estaba ya ahí tirado… muerto. En un medio reflejito de
luz que hizo vi al teniente que estaba en un rincón, acurrucado contra el fondo
del búnker, herido y asustado. Entonces lo agarré y le dije: '¿Nos vamos a
dejar matar aquí, nos vamos A dejar sepultar vivos?. Vamos para afuera por esa
zanja, para la línea'. Iba recostado y agachado cuando vi una cosa, un bulto.
Como estaban lanzando bengalas vi clarito que el arma que tenía no era de las
nuestras; es un enemigo y ya están encima, pensé. Bueno, a la mano de Dios.
Cerré los ojos y apreté el gatillo de la carabina, no pensé sino en defenderme
y proteger al teniente, que creo que iba detrás de mí. No me di cuenta si cayó,
sí me di cuenta que pasé por encima de muchos caídos hasta que sentí que volaba
por el aire. Quedé privado. Cuando abrí los ojos vi unos tipos con ojos rasgados
y me dije: 'ay Dios mío, estoy prisionero'. Cerré los ojos y me quedé quieto
otra vez, los oía hablando y no entendía ni pío. Al rato los volví a abrir con
cautela y vi dos monos grandes, eran gringos, entonces me quedé con los ojos
abiertos. Amanecí tirado a la orilla de la zanja. Cuando desperté era el otro
día, tarde. No podía moverme. Con un intérprete pude preguntar por qué estaba
tan hinchado. Me contestaron que era por los golpes de las ondas explosivas de
las bombas y el fuego de artillería, además de la caída; parecía un monstruo.
No sé cuántos días estuve hospitalizado. A lo último me mandaron donde estaba
el resto del Batallón, con una orden de reposo y de observación, y lejos de
cualquier arma. Duré mucho tiempo como despistado hasta que fui volviendo. Me
pusieron por ahí a mirar, en labores suaves. Después supe que la posición en la
que estaba fue arrasada de la línea. No volví a ver a ninguno de mis
compañeros, el teniente murió allá; de mis amigos no volví a ver a ninguno. Eso
lo golpea a uno en la mente".
Estado de indigencia
Los diferentes gobiernos nacionales que se han sucedido desde el final de la
guerra coreana han mantenido a estos veteranos en un olvido casi total. Estos
hombres debieron esperar hasta 2001, cuando la Ley 683 creó un auxilio
económico para ellos y los veteranos del conflicto con el Perú, un subsidio
mensual equivalente a dos salarios mínimos vigentes; sin embargo, la ley señala
que los excombatientes deben estar "en estado de indigencia" para
recibirlo.
A pesar de los años, la
camaradería entre ellos no ha desaparecido, y han conformado una hermandad que
se ha fortalecido con el tiempo. En la actualidad, los soldados que integraron
el Batallón Colombia continúan reuniéndose periódicamente, con el objeto de
rememorar sus acciones, compartir anécdotas y honrar la memoria de los
compañeros caídos en combate y de los que han desaparecido a lo largo de los
años. Se reconocen entre ellos con una frase que día a día cobra más fuerza
entre los que aún sobreviven: ¡Soldados veteranos: unidos en la guerra,
hermanos en la paz!
Visto en la Revista UC, abril de 2013
Visto en la Revista UC, abril de 2013
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