El Edén. Quizá se llama así
porque allí existe el paraíso. Todo es brillante. Los cultivos cuadriculan el
paisaje en gama de verdes que envidian los artistas. El sol se embelesa con sus
rayos matutinos cayendo en saetas disparadas por dioses encumbrados. Luces que
se estallan en los frutos del cafeto, pequeñas esferas carmesí que maduran con
prodigio. En este sembradío aromatizado de placeres está la chapolera que
arranca con destreza del arbusto sus semillas para después depositarlas en el
cesto donde caen todas las estrellas.
Continué flotando en el camino de hojas secas siguiendo las huellas del tiempo que horadaron profundos canelones por donde circuló el indio, el colono, el arriero. Como sangre que viaja por las venas llevando vida.
Como ave circundante planeo
sobre el verde y pródigo tapete tejido de campiñas y bosques sin hachas ni
machetes. Llego impulsado por mis pasos y mi instinto a una pequeña casa de
tejas de añoso barro, con puertas y ventanas rústicas, sin pigmento. De paredes
de pañete expuesto con su amarillo ocre. Rodea a la vivienda un jardín florido
salpicado de colores excitantes, árboles frondosos, profusos en flores vivas.
Se sienten aromas miríficos que transportan el espíritu a cumbres celestiales.
Al llamar responde desde el
interior de la casucha, una voz femenina con musicalidad de arpas, flautas y
violines. Voz acompañada de una hermosa dama con vestiduras humildes, cuerpo de
reina y alma de diosa. Trae en sus manos el tejido del día, con palma de
toquilla, con forma de sombrero. De sombrero aguadeño.
Me invita a seguir y yo
entro a su mundo tan sencillo como ella, tan agradable el entorno, con un orden
armonioso, premeditado y bello. Sirve una generosa taza de café de “pepa” que
se convierte en elíxir aromatizante que revive mis sentidos. Ella me atiende
como un antiguo amigo, actúa como si nuestros encuentros ya hubiesen sucedido,
Habla con la claridad y confianza propia de una madre con su tierno hijo.
Mientras habla teje, absorta en la confusa urdimbre que toma forma de sombrero,
con la habilidad de la maestría, con la rapidez que desenfoca la retina.
Su mano acaricia la fibra
con la misma ternura que acaricia a su hombre. Sin preguntarlo hace referencia
de su marido para indicar instintivamente que ya tiene dueño.- “El es
maravilloso, madruga siempre a su cafetal florido, con el morral a cuestas donde
lleva un almuerzo envuelto en hojas de “viao”: arroz, carne ahumada, plátano
maduro; y en un botellón de Coca Cola la “aguapanela” en leche que sirve
también de ambrosía”. –“¿Y los niños? - Son tres mis angelitos, tres mis
adoraciones. En la mañana los veo perderse en el camino, van a la escuelita
rural llenitos de alegría”.
Ella está en el marco de la
puerta de su nido, sentada cómoda en un banco de madera empobrecida, en el piso
de piedra una totuma con agua para saciar la sed de la fibra. Otros manojos de
iraca cuelgan como cortina. Un gato pequeño juguetea sin preocupaciones con los
hilos porque el perro duerme el sopor del medio día. La radio fija en el dial
su emisora, que reparte con sus ondas mágicas un rosario cargado de rogativas.
-“Tejer es ilusión pasajera,
hago dos sombreros por semana” -Dice mientras revisa que la trama ha quedado
pulida. –“Tejer para prolongar la tradición de mi familia”. – “Tejo esperanza,
ilusión y sosiego, con el ideal que mi sombrero un día, lo luzca un hidalgo
caballero”. Y es que ella lo hace hasta ver morir la tarde con sus colores de
fantasía; es cuando que llega su esposo, sus tres hijos, su familia.
Continué flotando en el camino de hojas secas siguiendo las huellas del tiempo que horadaron profundos canelones por donde circuló el indio, el colono, el arriero. Como sangre que viaja por las venas llevando vida.
Carlos Osorio
0 comentarios:
Publicar un comentario