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La danza de las perdices, el juego de la cosecha (crónica)

Visto en LasConversas

Es domingo, don Pedro Elías se levanta de mañanita, se echa tres bendiciones, muda sus animales, toma “tres sorbos de caldo” y con traje fiestero coge camino para el pueblo. En su recorrido silba un par de canciones, como anunciando que hay festejo, que no es un día cualquiera y que su destreza de nuevo arrancará un poco de aplausos que con alegría cargará en su corazón, mientras “la pinta y las piernas aguanten”, como atina a decirlo.

Es quizá el más veterano del Grupo de Danzas Campesinas de Tibasosa, por edad y por su experiencia, pues son muchos años de andanzas, bailes y jolgorio, lo que le ha permitido ser indispensable no solo como bailador, sino también porque guarda en su memoria los relatos mágicos de cada pieza folclórica, sus pasos y su coreografía, con lo cual la puesta en escena es mucho más auténtica y se vuelve testimonio de esas tradiciones con las que en otrora se compartían las diversas manifestaciones de la vida.

Una danza me llamó la atención -aunque de entrada no la entendí-, pero tuvo elementos narrativos, argumentales, históricos y un conjunto de accesorios, imágenes, luces y sombras que en un momento me sentí en un inmenso teatro y no en el Parque Principal de Tibasosa, donde al son de un torbellino el Grupo presentaba su repertorio de danzas recogidas de los propios campesinos. Era la llamada “Danza de las Perdices”, como me lo explicó después don Pedro Elías Cogua, a quien tuve que recurrir para que en una conversa me diera una lección de danza tradicional y de apreciación folclórica.

Vamos entonces por partes. La historia puesta en escena cuenta “o baila” la lucha de las perdices al ser atacadas por su enemigo natural, el gavilán, así como la briega de su cuidandero para evitar que se roben los animales. Esta danza fue recogida de las épocas en que se recogía la cosecha de maíz, trigo o cebada y el patrón en agradecimiento ofrecía una fiesta con músicos, comida y bebida.

Las prendas con las que se presentan los bailadores y las bailadoras son las típicas campesinas, las mismas que usan en su cotidianidad y que se conocen como el “traje dominguero”: la mujer de sombrero, blusa, naguas y alpargates. El hombre de sombrero, ruana terciada, chaqueta, pantalón y alpargates. Aquí aparece un elemento que aunque no se resalta, es altamente significativo de dos situaciones. Una, que da cuenta de la moda y de cómo a pesar del tiempo se conserva, incluso en la tela del traje masculino, hechos y usados todavía en dril. Dos, que no son trajes coloridos, por el contrario son oscuros, negros, como imponiendo un respeto, propio de lo ritual, lo solemne e incluso lo sagrado. Esto se reafirma con su expresividad, a pesar de ser un juego, sus rostros son duros, fríos, serios y lúgubres.

Lo ritual se rompe con las personificaciones que se hacen del gavilán y el perdicero. El gavilán lleva un emplumado que representa las alas y la cabeza del animal, donde sobresalen tintes rojos, acaso el peligro?, o quizá lo perverso, lo malo, el poderoso?. Por su parte, el perdicero o cuidandero lleva acomodado en su rostro una careta que imita el rostro del animal, como si ocultara una pena ajena o escondiera una culpa por su falta de voluntad para defender la manada. Esto también puede ser grandeza, mando y el alguna forma jerarquía.

La función cobra vida con los sonidos humanos que intentan simular el canto de las aves. Entonces las perdices inician el baile simulando un aleteo que se representa con un palmoteo y un sonido gutural que suena algo así como “gruuuuuuuuuuuuu”. Por su parte el perdicero trata de alertar a la manada con un chillido “uipuuuu, uipuuuu, uipuuuuu”, lo cual les sirve de alarma cuando aparece el gavilán y éstas se acurrucan figurando esconderse.

Todo esto se acompaña de un torbellino, interpretado por un grupo musical, donde sobresalen algunos instrumentos típicos de la región, aunque algunos ya han caído en desuso. Entre los tradicionales están el tiple, la guitarra, el requinto y la guacharaca. Otros accesorios que entran al festín son las carracas, el chucho, el chimborrio, los capadores, las esterillas. Todos con sonidos que ambiental el escenario y de alguna manera llevan la secuencia y las intensidades de la obra.

Así danzan perdices, gavilán y perdicero en una historia de siete capítulos. Uno, que inicia el baile, es un trenzado donde tres filas de perdices se entrecruzan y forman figuras de ochos. Dos, la entrada del gavilán, que se acerca y acecha a sus presas. Tres, el chillido del perdicero que alerta y hace que las perdices se acurruquen. Cuatro, la levantada de las perdices con aleteo y sonido gutural, al notar que el peligro ha pasado. Cinco, la robada que el gavilán empieza a hacer con sus presas, pues estas se han confiado y el simplemente esperó para atacar y llevarse su premio. Seis, el duelo, el climax, el enfrentamiento entre el gavilán y el perdicero, que hasta ahora habían permanecido a cierta distancia y ahora sólo quedan ellos, uno frente al otro. El gavilán ataca, el perdicero huye, pero finalmente es atrapado. Y siete, la venia, fin de la presentación, las perdices se levantan y en las mismas filas salen del escenario bailando, acompasadas también por gavilán y perdicero.

Así descubrí estas narraciones ocultas, que se dan o aparecen tras cada paso, tras cada movimiento, que se percibe del rostro, de la expresión, de la música, del traje y de los colores. El baile no es por bailarlo, tiene múltiples significados y significantes, tiene sus propios códigos que relacionan tiempo, espacios, temporadas, angustias, alegrías, luchas, sitios, rangos y hasta el bien y el mal. Es un testimonio, un juego en el que se interpreta o reinterpreta un momento, un suceso, una actividad, una identidad y en el que, de todas maneras, aunque el dicho diga que “el que baila es el que goza”, pude reconocer que el que mira, admira, pregunta, entiende e interpreta, también se lo goza.

Don Pedrito -con la confianza que dio la conversa- desarrugó sus pesares, se lleva el aplauso para su rancho, allá arriba en Resguardo Alto y se va con el afán que le produce el saber que le quedan muchos domingos y que quizá el traje no aguante para tanto, pues hoy “las perdices”, mañana “el alcahuete”, o “la quema de la cola del diablo”, o “el tres”, o “el moño”, o en últimas lo que toque, allí estará dispuesto a azotar baldosa y echarse un pati’rralo.

Algunos significados.
Muda. Los cambia de lugar, los lleva al potrero.
Jolgorio. Fiesta con música y baile. Alegría.
Briega. Trabajo, dificultad.
Cuidandero. El que cuida o protege a alguien o algo.

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